"Hombre de Dios,
practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza"
Justo después de avisarnos que no podemos servir a Dios y al dinero, esta parábola del hombre rico y de Lázaro. El Evangelio, démosnos cuenta, llama por su nombre a los hijos de Dios. Al pobre, por su nombre propio; al rico, que por desear tanto lo ajeno perdío el propio, por el nombre de hijo.
El rico recibió muchos bienes de vida; pero, obviamente, no procuró generar vida de ellos. Lázaro recibió males; pero, obviamente, de alguna manera, generó vida de ellos.
Alaba, alma mía, al Señor; aunque no entiendas bien cómo funciona esto de los talentos, de los bienes que se nos ofrecen en vida.
"Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficientes para sí mismos y para sus familiares es un derecho que a todos corresponde. Es éste el sentir de los Padres y de los doctores de la Iglesia, quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto, no sólo con los bienes superfluos.
Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí.
Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de aquella frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque, sino lo alimentas, lo matas, según las propias posibilidades, ayudando en primer lugar a los pobres, tanto individuos como pueblos, a que puedan ayudarse y desarrollarse por sí mismos"
Concilio Vaticano II
En el Amigo,
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