Eran doce los amigos sentados a la mesa con Jesús.
Señor, yo soy todos y cada uno de ellos
Como Pedro, ya tengo suficiente edad como para cogerte del brazo y recriminarte: “¡No permita Dios lo que pretendes!”. Y aunque sueles a veces responderme con una dureza que no entiendo, me dejaría no solo lavar sino cortar los pies si tú me lo pidieras. Bueno, tal es mi pronto, también el de mis malos modos. Pero sé poner dolor y corazón en el arrepentimiento…
Como Andrés fui llamado de los primeros... y de los últimos en entenderte. Sigo preguntándote dónde vives... sin comprender tu respuesta: “en ti”
Como Juan, pese a la edad declarada y pesada, intenta mi alma ser ligera en el cobijo de tu pecho.
Como Santiago, hermano mayor de Juan y de Judas Tadeo, un trueno por ti. Juntos aprendimos a desear ser mejor fina lluvia que feroz tormenta; a apreciar lo verdaderamente importante para el Reino de los Cielos.
Como Felipe y Tomás, hombres de mundo, sé llamar al pan, pan y al vino, vino. Y como todos, aprendí que es mejor aún que mi sí sea siempre sí; y mi no, siempre no; a creer en lo que ven mis ojos y desear hacerlo con más fe cuando mis ojos no te ven.
Y como Bartolomé, Mateo, Matías y Simón no me conformo con la realidad de este mundo y busco en ti palabras de vida eterna... aunque el miedo, sí el miedo que tú nos dices que no debemos tener, pero al que tanto tememos, me haga vacilar y renegar de ti.
No me olvido de Judas; ¿cómo olvidarme si él también soy? ¡Tantas veces te traiciono y lejos de pedir perdón, en mi desesperación consiento un pecado mayor: alejarme más de ti!
Son doce los amigos sentados a tu mesa, Señor.
Yo soy todos y cada uno de ellos.
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