jueves, 23 de septiembre de 2010

Vigésimo sexto domingo del tiempo ordinario

Am 6, 1a. 4 - 7; Salmo 145; 1 Tim 6, 11 - 16; Lc 16, 19 - 31

"Hombre de Dios, 
practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza"

Justo después de avisarnos que no podemos servir a Dios y al dinero, esta parábola del hombre rico y de Lázaro. El Evangelio, démosnos cuenta, llama por su nombre a los hijos de Dios. Al pobre, por su nombre propio; al rico, que por desear tanto lo ajeno perdío el propio, por el nombre de hijo.
El rico recibió muchos bienes de vida; pero, obviamente, no procuró generar vida de ellos. Lázaro recibió males; pero, obviamente, de alguna manera, generó vida de ellos.

Alaba, alma mía, al Señor; aunque no entiendas bien cómo funciona esto de los talentos, de los bienes que se nos ofrecen en vida.

"Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficientes para sí mismos y para sus familiares es un derecho que a todos corresponde. Es éste el sentir de los Padres y de los doctores de la Iglesia, quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto, no sólo con los bienes superfluos. 
Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí.
Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de aquella frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque, sino lo alimentas, lo matas, según las propias posibilidades, ayudando en primer lugar a los pobres, tanto individuos como pueblos, a que puedan ayudarse y desarrollarse por sí mismos"

Concilio Vaticano II

En el Amigo,
Al + Mc

sábado, 18 de septiembre de 2010

Vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario

Am 8, 4 - 7; Salmo 112; 1 Tim 2, 1 - 8; Lc 16, 1 - 13

"... alzando las manos limpias de ira y divisiones."

Quizás a tiempo llegue esta monición.
También el administrador, apurando su tiempo, logró sacar partido del injusto dinero y aún a las circunstancias de este malvado mundo.
Ninguna crítica al dueño y señor de lo administrado: es muy libre de hacer con lo suyo lo que le plazca. 
No en cambio el administrador: debe dar cuenta de lo bueno o de lo malo de su gestión… pues nada le es suyo, nada le pertenece.
Quizás ésta sea la mejor parábola para indicarnos qué hacemos en este mundo: buscar, encontrar amigos. Anhelar que nos salga al paso el Amigo.

Finaliza la parábola con lo que pareciera una frase lapidaria: “No se puede servir a dos amos (…) No se podéis servir a Dios y al dinero”
No así el Evangelio, ¿verdad?:  Poco después que Jesús  –Dios  Encarnado– nos mostrase cómo Dios nos ama más que al dinero (Mt 10, 30ss), se alzará –en una cruz– como nuestro gratuito Servidor, por Amor de Dios (Jn 13)

Alabad al Señor, que alza al pobre; al mísero que jamás podrá poner su esperanza en ese Poderoso Señor que llamamos Don Dinero, pues ya sabe bien que, adonde él quiere ir, este señor no tiene crédito… ni para comprar un par de sandalias.

En el Amigo (y aún en la peor de las rachas)
Al + Mc

martes, 7 de septiembre de 2010

Nuestro hijo pródigo

Ex 32, 7-11. 13-14; 1 Tim 1, 12-17; Lucas 15, 1-32
(Lamento no saber cuál es el salmo para hoy)


"Así habrá más alegría entre los ángeles de Dios..."

¿Qué hizo o dejó de hacer ese padre perfecto para que su hijo no tuviese más opción que marcharse?
Ese padre tan bueno y generoso (léase 'permisivo'), ¿no podía haber cedido a las peticiones (¿debiéramos leer 'exigencias'?) de su hijo?
¿No pensó este padre que así perdería definitivamente a su hijo?, ¿que jamás regresaría?, ¿que le condenaba a una muerte más oscura que la mala vida que buscaba... pero, al fin, vida?
¡Ah...sí... En el evangelio este tuyo la verdad siempre triunfa! ¡Lo bueno siempre nos salva!... Y finalmente, todos comemos perdices...
¡No en este mundo, majo!
¡Qué falacia de parábolas!
¿Qué pastor abandona su rebaño por buscar una sola oveja? ¡Ni el más loco lo dejaría solo si no es por salvar su pellejo!... lo único más importante que perder la honra y el empleo.
¿Qué cauta mujer y vecina reconocería haber perdido ni siquiera un pequeño grano de mostaza para así, seguro, ser reprobación y mofa: "¡qué bien cuida de lo suyo, vecina!"
¿Qué hizo su padre -repito- a este buen hijo para que abandonase su casa? ¿Por qué no retenerlo costase lo que costara?
¡Me diréis: quedóse a la puerta esperando...! ¿y si nunca hubiese regresado? ¿Si su vanidad hubiese sido más fuerte? O simplemente, la fatalidad...
Porque, no creo yo, tampoco, en esa otra falacia de los talentos... ¿recuerdas? Ese criado que finalmente tuvo miedo y escondió la moneda... y así ser reprendido por su señor: ¡Doble burla y mentira! Porque efectivamente, el señor de este mundo, quiere su ganancia... pero más severamente castiga la pérdida. Y es bien sabido que este mundo no lo es de perdedores.

¿Qué...? ¡Sí... soy profesor...si prefieres, maestro...! ¿qué viene al caso?
(...)
¡Pues tienes razón!
No debemos juzgar a nadie por como responda en su escolar edad. Después, el más listo se hace cabrero; y el que prometía, putero (con perdón); aquél que no sabía hacer la 'o' con un canuto es un buen fontanero, honrado y querido por los suyos.
Nadie sabe ni su cómo ni su porqué.
Nadie es buen padre de su hijo, ni buen hijo de su padre, sino aquellos que une el espíritu.

Obremos, recemos para que seamos dignos de ser parte de ellos... al acabar esta infancia nuestra.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario

Sb 9, 13-1; Salmo 89; Fi  9b-10. 12-17; Lc 14, 25-33 

"Junto con Jesús iba un gran gentío"


Se precia la Jerarquía de los millones de cristianos en el mundo... 
¿Los somos? De verdad... ¿tántos?
Cantidad frente a calidad...
Cantidad de preceptos cumplidos...¡de eso se preciaban los fariseos y escribas!
Y nosotros, pretendemos ser más fieles cumplidores que los mismísimos judios que ahora minusvaloramos... como un nuevo y mejor pueblo escogido, capáz de engendrarse hijos de las pulcras piedras del desierto.
Calidad insuficiente para darnos cuenta de la Sabiduría que nos falta: ser capaces de librarnos de nosotros mismos; de estas cadenas que nos hacen pensar que somos más libres que otros... simplemente porque nosotros tenemos 'una' llave, sin recaer que, ahora sí, es cantidad de ellas que no disponemos.
Pablo, encerrado bajo una de estas llaves, pudo, sin embargo ofrecer la libertad no a Onésimo sino a Filemón.
Abracemos nuestra cruz - las llaves de antaño tenían cierta forma de cruz ansata, ¿recordáis? - Así nos lo recomienda el Señor; y su Sabiduría nos salvará.
No vale pues, "excusa de muchos, consuelo de... "