jueves, 24 de febrero de 2011

Octavo Domingo del Tiempo Ordinario

Is 49, 14 - 15          (¿puede olvidarse una madre
                                 del hijo de sus entrrañas?)
Salmo 61                 (desahogad ante El vuestro corazón)
1 Cor 4, 1 - 5          (no juzguéis antes de tiempo:
                                dejad que venga el Señor)
Mt 6, 24 - 34          (no os agobieis por el mañana, 
                                porque el mañana traerá su propio agobio)

Nos sigue enseñando el Señor a ser perfectos.
Pero cuando acertamos con la pregunta adecuada, no nos gusta la respuesta.
Señor, ¿qué he de hacer para alcanzar la perfección? preguntamos demasiado a menudo .
(Quizás nos interese releer Mc 10, 17-22)
Pero, también, demasiado es nuestro apego a ser. Ser importantes, que la gente nos reconozca, que el mundo valore nuestros méritos.
El dinero es la mejor y más evidente señal de ello.
El caso es que a Dios no le importa nada de esto. Y quiere, desea que tampoco a nosotros nos importe:
"Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria"
(Lc  10, 40-42)
Nos negamos a admitir el verdadero significado que Dios Padre asigna al término "perfección", que no es otro que amar a nuestro prójimo como una madre ama y se desvela por el hijo de sus entrañas.
Así, llegaremos a amar a Dios en todas sus cosas, sobre todas las cosas.

No es fácil entender, quizás jamás lo logremos, cuál es el significado de nuestra existencia temporal en el mundo.
Porqué se nos exige cargar con nuestra diaria cruz (aunque no necesariamente morir en ella) y seguir el ejemplo que nos marca Jesús.
No estoy yo tan de acuerdo  que la "cruz de cada día" sea aceptar los sufrimientos, los males, las penalidades de este mundo con fe estóica. Empiezo a pensar que se trata de hacer valer nuestros talentos de tal manera que el presente de nuestros hermanos no sea de tanto sufrimiento, de tanto mal, de tanta penalidad. 
Y hacerlo sin vanaglorias. Ni, peor aún, reservando para nosotros "la mejor parte" (¡ay, que siempre es parte de perdición!)
El buen samaritano, hombre de negocios (que no un opulento rico), no duda en gastar una buena suma en su prójimo; no porque le sobre; quiero pensar, ha sabido ganarlo y, mejor, sabe gastarlo donde importa.
Aunque querer seguir los pasos de Cristo no es garantía, nunca lo será, de inmunidad ante el mundo y sus agobios.
¡Pero El ha vencido al mundo; a nada debemos temer!
Solo amar

En el Amigo
al + mc

martes, 15 de febrero de 2011

Septimo Domingo del Tiempo Ordinario

Lv 19, 1-2. 17-18   (Seréis santos, porque yo,el Señor,
                            vuestro Dios, soy santo)
Salmo 102               (El Señor es compasivo y misericordioso)
1 Cor 3, 16 - 23      (¿No sabéis que sois templo de Dios
                            y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?)
Mt 5, 38 - 48         (Sed perfectos, como vuestro Padre
                                celestial es perfecto)

No acabas de avisarnos: "si no sois mejores que los escribas y fariseos", mejor que los mejores, que ahondas pidiendonos ¡la perfección!
Y, ¿quién es perfecto sino Dios? ¿Acaso pretendes igualarnos a Él?
Sí; porque Tú lo eres: porque Él y Tú sois una misma cosa; porque quieres que también nosotros, así, seamos uno; en Tí.
El problema es que la mayoría sigue sin entender qué es ser perfecto
Pretenden  identificarlo con hacer las cosas bien, a la primera; sin equívocos ni tachones; con pulcritud; a su debido tiempo (pero siempre antes que cuaquiera).
No queremos ver que tal "perfecto" ser... simplemente no existe.
Quiero decir, a nuestro Dios, Padre, todopoderoso por definición, simplemente no parece interesarle nada  la retaíla anterior. (Cuánto nos gustan, en cambio a nosotros estas retaílas: fulano de tal es doctor de esto, master en aquéllo, una autoridad en lenguas vivas y muertas, experto...!)
Con nada de eso identifica nuestro Señor al Dios que debemos amar sobre todas las cosas. Así nos lo enseña:
Para nuestro Dios Padre la perfección es ser misericordioso. Por eso solo Él ES
Y por un misterio que sólo Él alcanza a entender, nosotros llegaremos a ser misericordiosos, como Él


En el Amigo
al +mc

martes, 8 de febrero de 2011

Sexto Domingo del Tiempo Ordinario

Ec 15, 16 - 21         (delante del hombre están muerte y vida:
                                le darán lo que él escoja)
Salmo 118               (enséñame a cumplir tu voluntad)
1 Cor 2, 6 - 10        (el Espíritu lo sondea todo,
                                incluso lo profundo de Dios)
Mt 5, 17 - 37          (Pero yo os digo ... 
                                 a vosotros os basta decir "sí" o "no")

... si no somos mejores que los escribas y los fariseos, ¡no entraremos en el reino de los cielos!
Hombre...¡por Dios!, ¿ser mejor que los mejores?
Mejores que los escribas y fariseos, versados como nadie en la Ley... en una ley de la que tratan, con arguícias humanas, rehuir en su beneficio... en una ley de la que pretenden la letra, pero no el espíritu.

También muchos de nosotros pretendemos los beneficios de "ser cristiano" olvidando (o no queriendolo saber) las implicaciones de llamar Padre a Dios. Para empezar, no puedo si quiera exclamar "Dios mío" teniendo algo en contra de cualquier semejante (aunque éste sea "un samaritano").
Dios Padre no me dejará ni siquiera acercarme a Él si no es compañía y armonía de mis hermanos.
Dicho de otra manera: al parecer, Dios no quiere ser mi dios si no me hago antes prójimo de mis prójimos, hermano de todos sus otros hijos, hermano de mis hermanos.
Ésta es la elección: la muerte o la vida. Mi vida con mis hermanos en Dios o la muerte sin mis hermanos en mí.
Elegir a mis hermanos, sí o no.
Sin reservas: si alguno muere, yo muero; si alguno padece hambre, yo muero de hambre. Si me excuso en palabras como "es inferior", "es torpe", "es imbécil o renegado"... me convierto en un ser torpe e inferior, en un imbécil que no merece entrar en el reino de los cielos
Tratar de enmascarar esta realidad con palabras viene del Maligno
(aunque éstas pretendan tener fuerza de ley y de tradición)

En el Amigo
al + mc

martes, 1 de febrero de 2011

Quinto Domingo del Tiempo Ordinario

Is 58, 7 - 10            ("Parte tu pan con el hambriento")
Salmo 111               ("El justo jamás vacilará ... no temerá las malas noticias")
1 Cor 2, 1 - 5          ("... que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios")
Mt 5, 13 - 16           ("Alumbre así vuestra luz a los hombres...")

¿Nos volvimos sosos... y aburridos, siempre con las mismas cantinelas que la gente, harta, arroja fuera sin que importe quien nos pise?
Nos sentimos perseguidos, excluídos, minusvalorados y un largo etcétera. Pero ello implica que nos creemos líderes o guías perseguidos; que presumimos de sabiduría o conocimientos excluídos; que nos reivindicamos fuertes y elocuentes aunque el "mundo" no nos lo valore

Nada de ello es útil para el plan de Dios; lo hemos visto y oído en la Palabra del domingo pasado:  nada de ello.
Partir nuestro pan con el hambriento, con el pobre "dichoso"; apiadarnos misericordiosamente del que trabaja por la paz y es peseguido por anunciar la Buena Nueva: el Evangélio ¡y no esa retaíla de mensajes sosos que parecen pretender solo mantener privilegios adquiridos "según la tradición"!

Hace tiempo que ya no discuto con ningún compañero "laicista" (según gusta definir un alto predicador) sobre temas socio-religiosos. Simplemente, ya no hay tema; quizás desde que nos dejó el anterior Papa; tenía carisma y pretendió ser luz en lo alto del monte.
No digo que el actual no sea buen Papa ¡quién soy yo! Pero no le ven; pero no le veo. Pero, ¡ay!, ese es su oficio... dar luz... y no tanta pseudocientífica plática siempre con palabras y términos elevados.
¿No recuerda que Jesús alabó al Padre por escoger al sencillo, al torpe y a lo necio del mundo para revelarles su Amor? ¿A quién alumbra pues; a quién sazona nuestra Sacra Jerarquía?
Recemos por ella y por el Papa; recemos por nosotros.
Que sepamos dar luz a este mundo partiendo sin miedo y de forma clara -sin reservas amagadas- nuestro pan con el hambriento. Bienaventurados nosotros si así alumbramos a nuestro alrededor.
En el Amigo,
al + mc