viernes, 2 de septiembre de 2011

Vigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario

Ez 33, 7 - 9      (" A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya..."
Salmo 94          (" No endurezcáis vuestro corazón ")
Rm 13, 8 - 10   (" por eso amar es cumplir la ley entera ")
Mt 18, 15 - 20 ("Si tu hermano peca... ")


Cita Marko I. Rupnik, SJ, en un comentario en "Magnificat", de los antiguos monjes: "enseñan que la corrección fraterna es una manifestación de la caridad y se puede hacer cuando el corazón no guarda rencor ni rabia ni soberbia”.
Parece fácil escapar a las dos primeras condiciones: ¿Por qué habría de guardar rencor a quién ha pecado contra su prójimo (que no contra mi)? No; más bien me es fácil mostrar compasión y deseos de que se pidan perdón y lleguen a perdonarse.
Por otra parte, no creo ser causante de rencores o rabias contra mí. (Y caso de serlo, ¡claro que les perdono!)
¡Ay de mí que no soy capaz de ver y entender que son tan difíciles de conseguir como la tercera y más contundente premisa!
La soberbia
Mi soberbia al creer que puedo y debo ser yo quien realice la fraterna corrección.
¿Qué alguien ha decirle al hermano errado y caído una palabra enfrentada a su conducta? ¿Qué repase la lectura de Ezequiel? ¿Qué seré responsable también yo si guardo silencio?
¿Qué significa guardar silencio? ¿Será acallar la Palabra no poniéndola en obra?
¿Y qué obras reclama el Señor? ¡Misericordia quiero... no endurezcáis vuestros corazones!
Alma mía... ¿dónde están los que te acusan? Ve y en adelante no guardes rencor ni rabia ni soberbia

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