miércoles, 6 de octubre de 2010

Vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario

(Perdón por mi ausencia el vigésimo séptimo domingo; y por no saber indicaros el salmo de éste: últimamente no me llega a tiempo el Magnificat, un pequeño librito mensual que os recomiendo -el retraso no es culpa de ellos-)

2 Re 5, 14 - 17 (Naamán el sirio es curado de la lepra por Eliseo)
2 Tim 2, 8 - 13 (Si perseveramos, reinaremos con Cristo)
Lc 17, 11-19 (Curación de diez leprosos por Jesús)

No sé si me saldrá una monición "al uso" o más bien una confesión de lo que invariablemente se repite en mi vida y en mi conciencia.
Inmediatamente de leer las lecturas de este domingo, no sé bien porqué -Él sí lo sabe-, recaí en aquella parábola de los trabajadores del campo de vid. Y de tantos derechos con los que rápidamente nos revestimos; nosotros, que no somos si no siervos inútiles...
Y, como no podía ser de otro modo, también vino a mí, no sé bien porqué -Él sí lo sabe-,  el recuerdo de aquel hijo que malgastó la herencia de su padre; esa que nunca valoró porque le había sido regalada...
Sólo cuando pronunciara "Padre, ya no merezco llamarme hijo tuyo..." empezó a serlo
Nunca sabremos bien porqué; Él sí lo sabe. Pero es constante bíblica y, por tanto, humana este no confiar en un Dios que nos trata como un Padre a sus hijos. Porqué preferimos a un "dios" que "demuestre su poder" al tratarnos como a miserables que no merecemos "ni servirle a la mesa"
Eliseo tuvo que romper ese esquema en Naamán para poder curarlo de la lepra: "Si te hubiese pedido lo imposible, lo hubieras intentado; pero como te pide algo sencillo..."
Dios Padre nos pide algo tan sencillo -¿tan inalcanzable, sin embargo?- como amarle; y amarnos en Él
Perserverar en el Amor; pese a todo sufrimiento, creer que Dios Padre puede; todo: hasta cambiar este corazón nuestro de piedra por otro de carne y sentimientos
La frase de aquel prohijo (o pre-hijo, más que hijo pródigo) nos acerca a la realidad nuestra (como cristanos confesos) de contarnos entre los nueve leprosos curados: como hijos de la Iglesia, nos merecemos todo de Dios; y por supuesto ocultaremos -o no proclamaremos- esta gracia para poder seguir beneficiándonos de ella cuando surja. Como bien leí en un blog amigo a una comentarista: ¡qué bien nos vendría un dios-fontanero!... que nos arreglase el barrizal, añadiría yo.
La frase, no se me olvida: "Padre, ya no merezco ser llamado hijo tuyo..."
Porque el Padre lo es siempre. Y yo no sé bien porqué -Él sí lo sabe- me cuesta tanto ser hijo si no en brevísimas ocasiones; despojarme de una herencia que no merezco y acercarme a Él, envolverme en su regazo y dejar que el alma, mi corazón de carne y sentimientos, diga:  gracias, papá; te quiero.

En el Amigo,
al +  mc


2 comentarios:

  1. HOLA ABADONARSE EN LAS BRAZOS DE DIOS.

    Y PEDIRLE QUE NOS DE FUERZAS Y ENERGIAS.

    CONFIEMOS EN EL.

    UN ABRAZO, Montserrat

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  2. Gracia Montse por, de nuevo, de siempre estar ahí
    al + mc

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