viernes, 1 de abril de 2011

Cuarto Domingo de Cuaresma

1 S 16, 1b. 6-7. 10-13a  ("No te fíes en las apariencias ... )
Salmo 22                      ("El Señor es mi pastor, nada me falta)
Ef   5, 8-14                   ("... levántate de entre los muertos
                                        y Cristo será tu luz")
Jn 9, 1-41                        ("... para que se manifiesten en él 
                                           las obras de Dios")

Nada mejor para ejemplarizar lo que la Palabra me ha motivado a compartir con vosotros esta semana que mi contrariedad al contrastar la traducción que nos ofrece "Maginifcat" de la lectura de Samuel con la que leí vía internet y la que he realizado recién en "La Nueva Biblia Española" que me regalara Carlos, sacerdorte agustino; también he consultado "La Nueva Biblia de Jerusalén" para reafirmar las alternativas
La cuestión es que, como os decía, creía yo tener un hilo argumental con el realizar la monición... y heme aquí enredado en las apariencias de una traducción u otra.
Pero puede ser interesante.
Unos traducen: " Mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color..."
Otros dicen: "Mandó pues que lo trajeran: era rubio..."
Unos y otros coinciden en la insistencia de Yahvé hacia Samuel: "no es como ve el hombre...".
Y, tras el cristal de mis gafas, pienso yo que pueda significativo el buen color rubio.
Cuando conjeturamos los rasgos característicos de un hebreo ¿nos  lo imaginamos rubio?
Pese a que Hollywood le tintase a Cristo el pelo en alguna película (aunque para nada a Aladdín) no es de rubio como suelo imaginarme a un judio.
Me "enrollo" y me alejo de aquello que pretendo compartir: El amor necesitado de nuestro Dios Padre
Es ésta su machacona lección: Nos ama y necesita de nuestro amor.
Pero no como entendemos nosotros "necesitar".
Discrepo del dicho "No es más rico quien más tiene sino el que menos necesita". Para nada.
Lo tiene todo el que nada necesita, al modo que lo expresara el Maestro justo el domingo pasado: "Yo tengo (un alimento) que vosotros no conocéis..."
La gloria de Dios Padre es (no puede ser otra cosa) amar.
La nuestra, fijarnos en detalles insignificantes como el color, la raza, el credo... o quién pecó.
Menos mal que todos estos "coloridos" matices palidecen ante la poderosa blanca luz de Cristo trasfigurado.
Y ¡ay de nosotros si persistimos en decir ver aquellos matices! ¡Tal ceguera nos perdería!

En el Amigo
al + mc

(Dedico esta entrada a sor Ceci que anda un tanto "manirota". Y pese a ello, tan afanada en sus cosas...)

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